- Voy al casamiento de mi primo, vive en Núñez. – me contó, con una increíble confianza y una voz tan dulce que me dejó perplejo. – ¿Y vos?
- Voy a Núñez también, empecé a trabajar hace poco de cadete. Terminé el colegio el año pasado, tengo dieciocho.- contesté con una sonrisa.
La conversación se extendió. Se extendió tanto que no fui al trabajo. La acompañé al casamiento. Y a muchos más después. La acompañé, y ella también me acompañó… durante diez años.
Así como no voy a poder olvidarla a ella, tampoco a esa tarde de abril. Ella era mía, y yo era suyo, también nuestros planes, también nuestro futuro. O al menos eso pensaba yo.
La vi con él y mi corazón enloqueció. Esa tarde, en ese café, esas manos entrelazadas y esa complicidad me desgarraron el alma. No hizo falta que dijera nada. No hizo falta que yo entendiera nada tampoco. Sólo lo acepté y, dando media vuelta, de mi vida la expulsé.
Se sintió como la extracción de un órgano, de esos que son vitales para la vida. Pudo haber sido de cualquiera, salvo del cerebro, porque, a pesar del tormento, pude subsistir y con los años cargados de soledad, mi pena lentamente murió.
tef .
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